Sam exhaló un suspiro y al instante algo cayó de la silla. Las sábanas ya lo cubrían hasta la nariz. En cuanto su madre apagó la luz y cerró la puerta, no apartó su mirada de aquel asiento que tenía frente a él. Algo había caído de allí, y no sabía qué. Nervioso llegó al límite de la cama, e inclinándose, reconoció sus pantalones vaqueros en el suelo: hacía tiempo que los andaba buscando. Respiró algo aliviado. Pero cuando alzó la mirada y vio la silla a escasos metros de él, un escalofrío invadió todo su cuerpo. Clavó sus ojos en aquel asiento que se transformaba en un monstruo deforme. -Me va a comer, me va a comer – se repetía una y otra vez. El viento azotó fuertemente los cristales de la ventana y un grito ensordecedor salió del estómago de Sam. Al instante alguien encendió la luz -¿Qué ocurre? – preguntó su madre preocupada .Sam señaló la silla que tenía frente a él, su madre sólo vio una montaña enorme de ropa que, seguramente, se le olvidó meter en el cesto de la ropa sucia hace días. Y es que Sam era algo descuidado.
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