martes, 10 de mayo de 2022

"Ya no te siento igual": Expresiones de una etapa de mi vida

 "El descenso"


 

En mi noche oscura del alma la única llama avivadora, aquella que desprendía luz y consuelo, era la propia muerte, la salvación a mi pesar, a mi dolor, a mi angustia. Porque hay noches que brillan, que no son oscuras, que te llenan de vida, que te empapan de romanticismo, de velas y de vino, del sabor de las palabras, que te endulzan de jolgorio, de piel y caricias… 

Pero yo no hablo de esas noches, hablo de mi noche, aquella oscura que se multiplica, que desciende vaporosa sin que a penas te des cuenta y se transforma, te transforma y te empuja hacia sus profundidades, te agita, sientes miedo, sufres, sientes asco, te liberas y encuentras el camino, ese era el camino, el descenso hacia lo tenebroso, hacia un silencio infinito, el último suspiro angustioso, mi soplo de aire tranquilo…  

"La oscuridad"

 

Querido diario, mi único amigo cercano en estos momentos, el único abrazo en mis días amargos, cuántas cosas sabrás de mí, cuántas cosas te habré contado, y sin embargo, cuánto silencio hay cuando duermes en mi cajón, ese que tengo reservado para ti. 

Mis días cada vez son más largos en mi habitación y mi dormitorio cada vez más oscuro. La lamparilla que alumbra mi camino hacia mi cama es más sensible, tiembla, sé que le queda poco de vida, pero se resiste a desaparecer, a dejarme sola, aguantará hasta que yo aguante. 

Cada vez tengo más sueño, estoy agotada, agotada de pensar que tengo que levantarme cada mañana y respirar. Consumida por las horas que paso impostando una sonrisa que ni siquiera siento, que hasta de sentirla alguna vez, me he sentido culpable.  

"La prisión"


 

Siendo infeliz le hago feliz a él, y esta desdicha se ha convertido en mi vida, en la única forma de poder mirarme a la cara, aunque mi reflejo empolva mi rostro en un espejo que a penas me ha visto asomarme. 

Mi existencia depende de él, él eleva mi peso muerto a través de hilos que dejan surcos invisibles en mi piel, pero que hacen daño, que tiran, que desgarran y dejan heridas abiertas que pretende cerrar con sus lágrimas, pero que se rasgan de nuevo y vuelven a sangrar y ese es mi día a día a su lado. 

El sol que antes me llenaba de sonrisas, de besos, de ternura, se ha convertido en algo deforme que a penas me da calor, siento mucho frío, se entumecen mis pies y mis manos y hasta mis sentidos.

"La búsqueda"

 

He dejado de comer, ya no encuentro placer en mi paladar, no encuentro sentido en batir en mi boca todos esos alimentos, ya no colisionan en chispazos de alegría y deleite. Los dientes se agotan de mascar, duele abrir la mandíbula y tragar. 

Quemo calorías, pensamientos, emociones, evaporo lágrimas que abrasan mi piel, a penas hay humedad en mí, pero necesito expulsar, liberar esa presión que tengo en mi pecho, esa sacudida permanente en mi estómago.

Pedaleo de manera violenta sobre una bicicleta que empuja estas cuatro paredes, que quiere reventar los muros que me oprimen, la cárcel en la que estoy viviendo. Ella es mi único alivio en los días de lluvia y tormenta, en mis días amargos. Me llena de energía y me la roba, me ahoga y desahoga. Y a través de la ventana escucho las olas rompiendo en la orilla, puedo recorrer kilómetros y kilómetros hasta encontrarlo, sumergir mis pies en la arena y esperar a que venga el agua hasta ellos y me inmovilice para siempre en su calma.

Hojas verdes fingen llenar platos vacíos, engañar a mi estómago, despistar a mi familia noche tras noche y día tras día. Y al alba me espera siempre ese tazón de leche que me bebo en soledad, cuando todos duermen y nadie sabe de mis hábitos diurnos. Todo lo que engullo desaparece tras esa elipse que gira cada vez más rápida y me deja otra vez con hambre de sueño, de agotamiento. 

Como imantada por algo que no entiendo comencé a mirarme de nuevo en los espejos, mi cabeza se había centrado en algo por las mañanas, tenía un objetivo claro: mantener un peso que descendía y ascendía liviano como una pluma que quiere mecerse con el viento y escapar de allí. Pero cuando llegaba la noche mi cuerpo se hundía bajo tierra, pesaba, se agitaba, sólo pedía descanso, una paz que nunca llegaba. 

En mi cabeza solo escuchaba las palabras de aquel parásito que se había pegado a mí y que me estaba ocasionando una larga enfermedad, palabras que se clavaban como estacas en mi corazón, y a pesar de haberlo atravesado pretendía seguir hurgando, haciendo más grande ese doloroso agujero. 

"La entrega"


Perdí a mis amigos por una sonrisa, por una breve caricia, creí perder hasta a mi familia, mi entusiasmo, mis ganas de respirar, de abrazar y ser abrazada, de amar y ser amada. Lo perdí todo por él, y aún así nunca estaba contento. Pero su rostro salía a la calle con una sonrisa deslumbrante, como el mismísimo diablo que tiene todo bajo su control, así fue como convenció a todo el mundo de su increíble hazaña, de esa noble acción por ayudarme, por sacarme de aquel agujero que había cavado él. Él era el enterrador que estaba excavando mi tumba, pero con una doble vida: un villano con apariencia de héroe. 

Mi única salvación a todo ese sufrimiento era dejar de comer, pensé que algún día llegaría mi recompensa, mi esfuerzo por llegar al final del camino que se apagaría cuando la luz de mi mesilla lo decidiera.

...

La luz de mi mesilla ya no parpadea, sigue encendida. 

 

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